¿Tienen algo en común las guerras en Ucrania y Medio Oriente con la creciente competencia entre Estados Unidos y China, la crisis climática y los retos de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial?
Stephen Heintz, presidente de la organización filantrópica Rockefeller Brothers Fund, cree que sí: a su juicio, todos esos problemas desnudan la ineficacia en el mundo actual del sistema internacional creado tras la Segunda Guerra Mundial.
Instituciones que ayudaron a resolver desafíos globales durante décadas, como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, “están resultando ser frágiles, burocráticas, anacrónicas y, en algunos casos, hasta obsoletas”, señala Heintz en una entrevista con BBC Mundo.
También miembro del Council on Foreign Relations, un centro de análisis independiente de política exterior en Nueva York, Heintz plantea adaptar el sistema internacional con EE.UU. tomando la iniciativa (aunque sus próximas elecciones sean cruciales) y dando más peso a regiones como América Latina o Asia.
Lo que sigue es una síntesis del diálogo telefónico con este estadounidense que encabeza una fundación familiar privada creada en 1940 y dotada de unos US$1.200 millones con el objetivo establecido de “promover el cambio social para un mundo más justo, sostenible y pacífico”:
En un ensayo que publicó recientemente, titulado “Una lógica para el futuro”, sostiene que el mundo pasa por “una época de excepcional complejidad y turbulencia”. Pero lo mismo podría decirse de otros períodos de la historia. Entonces, ¿cuán excepcional este momento?
Es cierto, la historia de la humanidad se cuenta a menudo como periodos de turbulencias: la peste, la guerra, etcétera. Pero creo que lo que distingue a esta turbulencia es que enfrentamos en simultáneo la posibilidad de tres amenazas potencialmente existenciales.
La primera es la aceleración de la crisis climática. La segunda es una nueva carrera armamentística nuclear entre EE.UU., China y Rusia. Y la tercera es la llegada de tecnologías potencialmente hiperdisruptivas como la inteligencia artificial, así como las biotecnologías y las nanotecnologías.
Al superponer esos fenómenos con un mundo que ya experimenta grandes turbulencias, creo que tenemos una serie de circunstancias diferentes a las de antes en nuestras vidas, y probablemente en la era moderna.
¿Y cómo se relacionan estos problemas con las instituciones internacionales?
Creo que demuestran que las instituciones internacionales creadas esencialmente al final de la Segunda Guerra Mundial, que nos sirvieron bastante bien durante muchas décadas, ya no son tan eficaces como necesitamos que sean: están resultando ser frágiles, burocráticas, anacrónicas y, en algunos casos, hasta obsoletas.
Esta época de turbulencias y amenazas existenciales nos exige que volvamos a examinar esas instituciones internacionales y crear el sistema que necesitamos.
¿Las guerras en Ucrania y Oriente Medio también ejemplifican ese «anacronismo» de instituciones internacionales?
Me temo que sí. Creo que han demostrado que algunas de las instituciones fundamentales del sistema internacional son, por su construcción, defectuosas a la hora de gestionar el tipo de riesgos y amenazas para la seguridad que representan estas dos guerras.
El derecho internacional, que es la base del sistema internacional, prohíbe la agresión de un Estado contra otro. Pero tenemos esta guerra en Ucrania y no podemos contar con que el Consejo de Seguridad de la ONU intervenga, porque la forma en que se construyó en 1945 da un privilegio de veto a uno de los combatientes en esta guerra: el Estado de Rusia.
Ese es un claro ejemplo de que el sistema actual no responde al tipo de amenazas que enfrentamos hoy.
Lo mismo puede decirse de la Corte Internacional de Justicia, que es una de las principales instituciones de la ONU: aunque ha emitido dictámenes sobre la guerra de Gaza, no ha cambiado el desarrollo de esa guerra.
En ambos casos se sacrifican vidas humanas a cada hora, sigue la destrucción y la devastación sin que se vislumbre un final. Y las instituciones internacionales creadas para preservar la paz o crear paz en tiempos de conflicto parecen impotentes para tener impacto.
Alguien podría argumentar que las instituciones internacionales del siglo XX que critica han ayudado hasta ahora a evitar una nueva guerra mundial y a identificar varios retos para el futuro. ¿Qué respondería?
Es cierto, las instituciones han funcionado bien durante bastante tiempo y en determinadas condiciones. Pero creo que las condiciones de este nuevo periodo que considero una era de turbulencias están demostrando que ya no son tan eficaces como antes.
Por cierto, creo que todavía nos enfrentamos de una forma muy preocupante a la perspectiva de una nueva guerra mundial, con los desafíos existenciales que mencioné y la posibilidad del uso de armas nucleares, algo de lo que se habla en el caso de la guerra de Ucrania.
Así que sí, las instituciones han ayudado a evitar una tercera guerra mundial hasta ahora. Pero, ¿son capaces de evitar una tercera guerra mundial en las próximas décadas? No estoy convencido de que lo sean.
Ha criticado las “grandes burocracias” del sistema internacional, en particular en el seno de la ONU. ¿Qué importancia tienen estas burocracias para entender la ineficacia de las instituciones multilaterales?
Son importantes. Creo en las instituciones y entiendo que, por su propia naturaleza, las instituciones tendrán burocracia. Pero digo que, en este mundo acelerado en que vivimos, necesitamos instrumentos de toma de decisiones y de ejecución más flexibles, más ágiles y capaces de responder rápido a circunstancias cambiantes.
Tenemos que crear un ecosistema que complemente las instituciones y burocracias existentes con estas otras formas de intervención que, coordinadas, puedan ayudarnos a gestionar con éxito todos estos desafíos.
¿Se refiere a adaptar las instituciones multilaterales existentes o a crear un sistema totalmente nuevo de organizaciones internacionales?
Se trata de adaptar las instituciones multilaterales existentes y también de crear algunas instituciones y redes nuevas que puedan complementarlas.
No planteo un cambio radical en el que abandonemos las instituciones de las Naciones Unidas y las instituciones financieras internacionales de Bretton Woods posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Digo que necesitan algunas reformas profundas y que precisamos otros mecanismos que, en combinación, hagan un sistema internacional para este siglo que pueda ayudarnos a crear paz, un planeta sostenible y una prosperidad compartida de forma más amplia.
En su ensayo, sugiere rehacer las Naciones Unidas, pero también admite que reformar instituciones como su Consejo de Seguridad es improbable dadas las propias limitaciones establecidas por la Carta de la ONU. ¿Cuál sería entonces el camino a seguir?
Hay dos formas de avanzar. Me alienta la Cumbre del Futuro realizada junto a la Asamblea General de la ONU hace unas semanas. El pacto que adoptaron los Estados miembro tras un arduo proceso de negociación es un hito. No es tan ambicioso como muchos preferíamos, pero es un documento con mucha visión de futuro, que incluye un compromiso de los Estados miembro con cambios en la composición del Consejo de Seguridad. Es un buen punto de partida.
Desde América Latina, el presidente brasileño Lula señaló ante la Asamblea General la necesidad de considerar la reforma de la Carta de la ONU. Y que el presidente de un país importante de América plantee este argumento es un hito en sí mismo. Creo que tiene razón. Será un proceso de negociación a lo largo de años, pero debe comenzar.
También aboga por un “reparto más equitativo del poder” en el sistema internacional, adaptando la gobernanza de instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Son cosas que varios países en desarrollo reclaman desde hace tiempo. ¿Dónde está la clave para lograrlo
La clave está en convencer a las grandes potencias de que llegó la hora de compartir el poder.
Como estadounidense, diría que el cambio más importante tiene que producirse en la política de EE.UU. En el gobierno de Biden hemos visto algunas señales de movimiento en esta dirección, pero no tan drásticas como quisiera.
Sin un liderazgo de EE.UU. señalando que vivimos en una realidad multipolar a la cual tenemos que adaptar nuestras instituciones internacionales, tomando la iniciativa y ajustando su propia participación en esos sistemas, no llegaremos tan rápido como precisamos.
¿Qué papel deberían desempeñar regiones como América Latina en el nuevo orden internacional?
Mucha gente llama “sur global” a América Latina, África y Asia. Yo prefiero llamarles “mayoría global”, porque tienen 6.500 millones de seres humanos, la mayoría del planeta.
Tenemos que dar a los países de esa mayoría global más voz en los asuntos internacionales y más beneficios en el resultado gestionar los retos globales.
Si no están adecuadamente representados en las instituciones y no tienen una voz poderosa en la mesa, es menos probable que se beneficien de la toma de decisiones.
Señala que nuevas tecnologías como la inteligencia artificial son parte de las amenazas potencialmente existenciales que existen. ¿Deberíamos enfrentarlas a nivel mundial con nueva legislación o nuevas instituciones?
Puede requerir ambas cosas. En cierto modo, la civilización humana ha tenido una historia de adaptación a nuevas tecnologías sin restricciones, con una excepción: la energía nuclear.
La comunidad mundial se dio cuenta de que ese poder era tan extraordinario y tan potencialmente peligroso que exigía ser regulado a escala mundial. De hecho, la primera resolución adoptada por la Asamblea General la ONU fue la creación del Organismo Internacional de Energía Atómica para ayudar a gobernar y regular el uso de esta poderosa tecnología nuclear, lo que ha hecho desde entonces.
Las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial o las biotecnologías y las nanotecnologías, que también tienen el potencial de aportar grandes beneficios o causar grandes daños a la vida humana si se utilizan mal, merecen el mismo tipo de normas, regulaciones y quizá marcos institucionales para que aporten beneficios y se minimicen sus riesgos.
En su ensayo dice que el viejo orden mundial “está muriendo y un nuevo orden exige nacer”. Pero, ¿es posible moldearlo antes del desenlace de conflictos en marcha que podrían involucrar a más países, como las guerras en Ucrania y Medio Oriente?
La respuesta directa es que ya vamos tarde en el desarrollo del nuevo orden. Creo que perdimos una oportunidad muy importante al final de la Guerra Fría, que debería haber señalado que estábamos entrando en una era muy diferente de grandes posibilidades pero también impredecible en muchos aspectos.
Una diferencia era que EE.UU. ya no iba a poder ser la hegemonía que fue al final de la Segunda Guerra Mundial.
Pero seguimos con la vieja lógica y las instituciones que se construyeron a partir de ella. Esa lógica se encuentra ahora bajo un desafío muy dramático, con las guerras que mencionas, la crisis climática, la migración masiva de personas que huyen de conflictos y de los efectos devastadores del clima.
Nos encontramos en una situación muy urgente, pero el cambio es un proceso lento. Y eso me preocupa profundamente.
Sostiene que “EE.UU. debe desempeñar un papel de liderazgo” en la construcción de un nuevo sistema internacional. Pero, ¿depende esto del resultado de sus próximas elecciones? Porque muchos gobiernos y analistas consideran que las políticas de “América primero” de Donald Trump son contrarias al internacionalismo que apoyas…
Es una muy buena pregunta. El papel de EE.UU. es absolutamente central en todas estas cuestiones. Y el resultado de esta elección tendrá enormes consecuencias sobre el tipo de papel de EE.UU. desempeñará en el mundo.
Pero no es tan simple como una elección binaria entre un candidato u otro. Incluso en esta elección no vemos el debate necesario sobre el papel de EE.UU. en el mundo. Así que habrá trabajo para hacer tanto si resulta electo Donald Trump o la vicepresidenta Kamala Harris.
El trabajo puede ser más difícil en un escenario que en otro, pero no va a ser fácil en ningún caso. Porque cambiar la forma en que EE.UU. ve su rol en el mundo es un problema que requiere imaginación y voluntad política, y eso será difícil sea cual sea el resultado de estas elecciones.
Todo lo que propone requeriría como primer paso un clima básico de confianza y cooperación internacional. Pero el mundo parece ir en otra dirección, con la creciente rivalidad entre grandes potencias económicas como EE.UU y China, el pulso militar de Rusia con Occidente y movimientos nacionalistas que crecen en Europa. ¿Es realista o utópico pensar en construir un sistema internacional mejor en estas circunstancias
Desde luego hace falta imaginación y reconozco que algunas de las ideas que he publicado parecerán poco realistas, incluso utópicas.
Pero en la historia hay muchos ejemplos en los que era improbable que las cosas cambiaran y las visiones audaces prevalecieran.
En 1941, cuando Hitler se había apoderado de gran parte de Europa, amenazaba con invadir Reino Unido y EE.UU. aún no estaba en la guerra, Churchill y Roosevelt se reunieron y emitieron una visión del mundo de posguerra, pese a que no tenían necesariamente motivos para creer que prevalecerían. Fue un acto de imaginación.
Al final, los Aliados se impusieron y la visión que expusieron en aquella hora oscura de la Segunda Guerra Mundial fue la que luego se desarrolló en la Carta y las instituciones de las Naciones Unidas.
Para mí, este es un buen ejemplo de cómo, incluso en circunstancias muy difíciles, cuando hay muchas razones para no ser optimista, ideas que quizás parecen utópicas pueden crear nuevas circunstancias.
Parte de lo que quería hacer en este ensayo era abrir un espacio para el debate y el compromiso. Me inspiré en los escritos de la famosa filósofa germano-estadounidense Hannah Arendt, que dijo: “Somos libres para cambiar el mundo y empezar algo nuevo en él”.
Creo que tenía razón. Los seres humanos tenemos la oportunidad de pensar en lo que podría ser, no sólo en lo que en este momento pensamos que puede ser.