En una columna de opinión publicada en en Time por Mark Hyman y Ron Gutman, se plantea una comparación provocativa: tratar el azúcar como se trata a los cigarrillos. Los autores, destacados investigadores en medicina funcional, longevidad, y nutrición, argumentan que la comida que se consume impacta en todos los aspectos de las vidas y cuerpos: “Nuestras hormonas, química cerebral, sistema inmunitario, microbioma; la lista continúa”. Por lo que es clave, aseguran que los consumidores entiendan el valor nutricional de los alimentos para tomar decisiones informadas, especialmente en lo que respecta al azúcar.
Hyman es médico de familia, conferencista reconocido internacionalmente, autor de best-sellers, educador y defensor de la medicina funcional, la alimentación real, la nutrición y el bienestar. Gutman es inventor, pionero y emprendedor en tecnología y asistencia sanitaria, autor de best-sellers, filántropo y profesor adjunto de la Universidad de Stanford. Ambos proponen que, al igual que las advertencias en los paquetes de cigarrillos, las etiquetas en alimentos deberían advertir sobre los riesgos del alto consumo de azúcar.
La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de los EEUU recomienda que los adultos consuman no más de 50 gramos de azúcar añadida por día (basado en una dieta de 2.000 calorías), sin embargo, el estadounidense promedio consume aproximadamente 150 gramos de azúcar diariamente, más de tres veces la cantidad recomendada, lo que contribuye a que el 49% de los adultos estadounidenses sean diabéticos o prediabéticos. Los autores destacan que “hay más de 60 formas diferentes de identificar el azúcar en las etiquetas nutricionales”, lo que complica injustamente los intentos de los consumidores por regular su ingesta de azúcar.
Hyman y Gutman señalan que el 74% de los alimentos empaquetados en EEUU contienen azúcar añadida, incluidos alimentos aparentemente saludables. Revelan que “el azúcar es biológicamente adictiva, estudios indican que es ocho veces más adictiva que la cocaína”, y criticaron las tácticas de la industria alimentaria que, al igual que las empresas de tabaco en décadas pasadas, intentan sofocar los intentos por informar mejor a los consumidores sobre los riesgos del consumo excesivo de azúcar.
Los esfuerzos para implementar etiquetas frontales en los productos, que indiquen alto contenido de azúcar, han demostrado ser efectivos en países como Chile e Israel, donde se ha observado una reducción significativa en el consumo de bebidas azucaradas y cambios positivos en los hábitos de compra de alimentos de hasta el 76% de la población después de la implementación del sistema de etiquetado.
Para Hyman y Gutman, las etiquetas frontales en los alimentos empaquetados representan solo el primer paso hacia una sociedad más saludable. Subrayan la importancia de incentivar la producción y distribución generalizada de alternativas más saludables, que sean tan deliciosas y accesibles como las opciones llenas de azúcar. Los autores apoyan la iniciativa del Departamento de Agricultura de los EE UU (USDA) que limitará los azúcares añadidos en las comidas escolares, ayudando así a formar hábitos alimenticios saludables desde la infancia.
La columna afirma como conclusión que debe prevalecer el derecho de todos los estadounidenses a tener información clara y visible sobre el contenido de azúcar de los alimentos que comen, tanto para Hyman como para Gutman, esta transparencia es esencial para hacer elecciones más informadas sobre nuestra comida y nuestra salud. Este enfoque directo y basado en la evidencia refleja su compromiso con mejorar el bienestar y la longevidad de millones, en un momento en que la necesidad de abordar el consumo excesivo de azúcar nunca ha sido más crítica.
El padre de las etiquetas nutricionales no cuenta calorías y adora los helados
Conocido como el padre de las etiquetas de información nutricional, Peter Barton Hutt, introdujo un sistema que ha empoderado a millones de consumidores a tomar decisiones informadas sobre los alimentos que consumen durante su mandato como jefe de consejo de la FDA de 1971 a 1975.
Bajo la dirección de Hutt, la FDA transformó su enfoque regulatorio. Antes de su llegada, la agencia se centraba principalmente en reaccionar contra violaciones específicas. Sin embargo, con Hutt al timón, la FDA comenzó a desarrollar regulaciones proactivas que no solo abordaban las infracciones, sino que también prevenían futuros problemas al exigir una mayor transparencia en la industria alimentaria. Es así como nacieron las etiquetas de nutrición que hoy conocemos, una innovación que él atribuye a la influencia de la National Canners Association.
La contribución de Hutt no se limitó a su tiempo en la FDA. Su carrera se extendió hacia la academia y la industria privada, donde continuó su labor educativa y consultiva. En Harvard Law School, cada enero, iluminaba a las mentes jóvenes con cursos que abarcaban desde el Código de Hammurabi hasta la moderna supervisión de la FDA sobre cosméticos y carcinógenos. “Eso es 5.000 años de ley de alimentos y drogas. ¿Cómo no emocionarse?”, comentaba Hutt, cuya pasión por el tema era contagiosa.
A pesar de su riguroso trabajo en la regulación de alimentos, Hutt sorprendía por su sencillez en sus elecciones dietéticas personales. Aficionado a las hamburguesas de Five Guys y a un helado diario de vainilla, su vida personal contrastaba con la imagen de un estricto regulador. Aunque Hutt también toma precauciones de salud, como el ejercicio y suplementos vitamínicos, conserva una perspectiva equilibrada sobre el bienestar, combinando sus alimentos favoritos con un enfoque responsable hacia la salud.
Hoy, las etiquetas nutricionales continúan evolucionando, enfrentando nuevos desafíos y adaptándose a las cambiantes necesidades de información de los consumidores. La obra de Hutt sigue siendo relevante, mientras reguladores y consumidores por igual navegan en un mar de información en busca de decisiones saludables y conscientes.